El 20 de mayo de 1616, se cumplirá otro aniversario el domingo
próximo, el rey de España envió a pedido de escandalizados informantes
porteños una nota en que prohibía en Buenos Aires la costumbre
“abominable” de tomar mate, sin duda “peligroso contagio” de los
indígenas.
Por cierto que Su Majestad católica debió prohibir sospechosamente
muchas veces el carnaval y los alegres juegos con agua a baldazos porque
a veces acontecía que un vecino de Pro o incluso una dama resultaban
mojados por la plebe que no acostumbra moderar sus ímpetus.
Hernandarias le mandó una carta al rey en la que se manifestaba casi
impotente para lograr que los porteños dejen de tomar mate, al que
calificaba de “vicio abominable”.
En 1610, el gobernador de Buenos Aires, Diego Marín Negrón, calificó también de “vicio abominable” a la costumbre de los porteños de tomar mate.
En una carta dirigida al rey le informaba acerca de ese “vicio
abominable y sucio que es tomar algunas veces al día la yerba con gran
cantidad de agua caliente”. Tomar mate “hace a los hombres holgazanes,
que es total ruina de la tierra, y como es tan grande (la extensión y
hondura del vicio), temo que no se podrá quitar si Dios no lo hace”,
decía el funcionario que confiaba en que la Providencia pudiera lo que
él no.
Más adelante Hernandarias prohibió la yerba (mate). “Que nadie en
adelante fuese ni enviase indios a haber hierba a ninguna parte donde la
haya, ni la traiga, ni traten ni contraten so pena de pérdida de ella,
que se ha de quemar en la plaza pública”.
Hernandarias.
Trescientos años después, los argentinos, los uruguayos, los
paraguayos, los brasileños y aún los sirios y muchos otros siguen
apegados a ese “vicio abominable” sin que las profecías de antaño se
hayan cumplido.
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